Hace poco me topo con Wild Bill (1995) y aunque la historia avanza a trompicones, un western firmado por el tito Walter siempre contiene momentos de puro nervio e incluso hallazgos visuales como esos flashbacks inclinados teñidos a sepia. Aunque esos sepia-flashbacks ya aparecían en Crossroads (1986), una simpática blues-movie que sigue el lema Ralph-Macchio-se-entrena-y-al-final-vence, esquema que ya chirriaba lo suyo en Karate Kid (1984), lo cual no quita que siga viendo ese momento Miyagi-arregla-pierna con total devoción (y si estoy de buenas) incluso con emoción.
Hace todavía menos reviso un estupendo thriller en el que un Nick Nolte soltando tacos en compañía de un Eddie Murphy ocupan 90 minutos de pura acción y algo de comedia. Y mientras veo Límite: 48 horas (1982) me pregunto porqué no tendrá este film el prestigio de, por ejemplo, un thriller setentero de iguales intenciones como fue French Connection (1971). Pero mejor nos olvidamos del prestigio y nos quedamos con la siempre inquietante presencia de Sonny Landham, ese actor que sacaba el cuchillo en el film de Walter Hill para acabar rasgándose el pecho algunos años después en Depredador (1987). Recordamos a Landham como mosca cojonera de Stallone en el de-presivo Encerrado (1989) y comprobamos que finalmente los caminos del señor son inescrutables. Finalmente, me atrinchero en mi rincón y protejo aquellos Forajidos de leyenda (1980), aquella estupenda Presa (1981) y reparo en los muchos films de Walter Hill que todavía no he visto. Y esto no puede ser.