Por algún motivo que ya no recuerdo, Casada con todos (1988) fue mi película favorita hacia los 12 años. Me auto-hipnotizo y me pregunto que debía tener. Veamos. Estaba dirigida por Jonathan Demme aunque dudo que por entonces supiera quien era. Ya sé, aparecía Michelle Pfeiffer. De acuerdo, era un motivo de peso. Pero no el suficiente. Salvo que vista trajes gatunos o toque con los Baker Boys pocas veces me ha interesado la sosa de Michelle. Además, en esa época ya prefería a Linda Hamilton como madre coraje. ¿Quien salía más?. Sí, salía Dean Stockwell como marido infiel de Mercedes Ruehl. Pero todavía tardaría unos años en ver a Stockwell dirigido por Lynch o Wenders. Entonces, ¿Quién aparecía más?. El agente del FBI era Matthew Modine y el payaso asesino dibujaba la sonrisa de Chris Isaak. Decididamente no era por ellos, entonces, ¿Qué era aquello que tanto me fascinaba?. La sesión de auto-hipnosis se termina y sólo en el último instante lo recuerdo. La historia era divertida, los actores cumplían y el metraje era correcto, pero había un detalle que hizo de todo aquello algo mágico. Y en realidad ni siquiera ocurría durante la película. Lo mejor, lo más destacado, lo que siempre recordaré de Casada con todos (1988) eran los larguísimos títulos de crédito finales. Planos descartados y tomas falsas que mostraron a un chaval de 12 años como empezaba y terminaba todo. Fue el principio del fin. La Fin Absolue Du Monde.