8 de agosto de 2008

Polanski y el hijo de Rosemary

Mia Farrow recoge en sus memorias Hojas Vivas (1997) varias anécdotas de sus películas. Toda la parte final esta dedicada al turbio asunto de Woody Allen con Soon-Yi, así como todo el mal rollo que hubo por la custodia de los hijos y otros follones bastante heavys. Si eres fan de Woody mejor que no leas nunca esa parte porque, si la mitad de lo ocurrido es cierto, te dará mucho asco el Woody Allen que retrata la Farrow. Así que mejor omitimos la faceta personal y nos quedamos con el cine y una película fantástica.

La semilla del diablo (1968): “Mientras rodábamos en Park Avenue, a Roman Polanski se le ocurrió que yo debería atravesar distraídamente la calle entre medio del tráfico, sin mirar donde iba. “Nadie atropellaría una embarazada”, observó riendo, en referencia a mi abultado vientre de relleno. Tuvo que manipular él mismo la cámara de mano, porqué nadie quería hacerlo”.

Polanski vs Cassavetes: “Roman prefería filmar escenas largas seguidas, desplazando con precisión a los actores y la cámara. Debido a las exigencias técnicas inherentes y al perfeccionismo de Roman, a menudo rodaba hasta 30 o 40 tomas. Este método de trabajo volvía loco a John Cassavetes. John era un magnifico actor y también un respetado e innovador director que escribía los guiones de sus propias películas, de marcado carácter personal. Pero su enfoque era radicalmente distinto: sus películas tenían un toque de crudeza en improvisación, en tanto que Roman esperaba de los actores que repitieran las palabras exactas del guión y, naturalmente, que se prestaran a realizar tantas tomas como él creyera. Un día, mientras esperábamos el inicio del rodaje, Roman disertaba sobre la imposibilidad de la monogamia prolongada dada la brevedad de la atracción sexual que sentía un hombre por cualquier mujer. Cassavetes replicó con contundencia que Roman no sabía nada de las mujeres ni de las relaciones entre sexos y que él, John, se sentía más atraído que nunca por su mujer, Gena Rowlands. Roman se quedó mirándolo y pestañeó varias veces, incapaz por una vez de hallar una respuesta idónea. (…) Las relaciones entre John y Roman habían llegado, sin embargo, a un deterioro total. Mientras planeábamos la secuencia final, John critico abiertamente a Roman, el cual le mando callar a voz en grito. A continuación, se abalanzaron uno contra otro. Fue Ruth Gordon la que, con consumada profesionalidad, dijo: -Vamos, vamos, volvamos al trabajo-, impidiendo que las cosas fueran más allá.”