Cuando tenía 11 años vi una película que me marcó profundamente. Era un cuento mágico sobre un extraño ser que tenía tijeras en lugar de manos. Su inventor muere antes de poderle colocar las manos y este extraño ser es condenado el resto de su vida a vivir sin poder conocer el tacto. Desde entones, vive en un viejo castillo, alejado y marginado de la sociedad. Pero un día entra en contacto con una familia y se enamora de la joven de la casa. A partir de entonces ocurrirán algunas aventuras, en las que la bondad de este ser y la estupidez de la adolescencia se cruzarán en un desenlace marcado por la tragedia y el pesimismo edulcorado con una preciosa música de Danny Elfman. Muchos años después de esa primera impresión, esta película sigue siendo una de mis favoritas, por eso el otro día paseaba por las ramblas de Barcelona y me emocionó mucho ver a un artista que reproducía la imagen del mítico “Eduardo Manostijeras”. No pude más que acercarme, dejar un par de monedas y fotografiar a uno de los iconos creados por Tim Burton. Un día de estos, espero verle tallando una estatua mientras cae la nieve y suena el leit motive de la película.