Debe ser la conjunción de los planetas. Quizá el frío que neutraliza toda pretensión. O quizá la cercanía de fechas señaladas que me trasladan a la infancia. Sea como sea, hay una extraña fuerza cósmica que siempre me empuja a consumir en estos días las cintas de la pareja que mejor ha dado mamporros en la pantalla. Y parece no ser casual que, paralelamente haya caído de nuevo en las garras de Frédéric Beigbeder y su Novela Francesa, en la que el autor intenta recordar una infancia que pretende borrada. Beigbeder necesita 36 horas en el calabozo para repasar recuerdos infantiles. A mí me basta visionar Y si no, nos enfadamos (1974) para que mi cabeza reviva sensaciones que permanecían enterradas en algún punto inexacto de mi cerebro. Y ya saben que ante un dilema importante juéguenselo todo a salchichas y cerveza.