“Kids me había parecido un horror y Ken Park me pareció peor todavía; la escena en que esa basurita pega a sus abuelos me pareció especialmente insoportable; aquel director me asqueaba por completo, y fue sin duda ese asco sincero lo que hizo que fuera incapaz de callarme, porque estaba seguro de que a Esther le gustaba por costumbre, por conformismo, porque era enrollado aprobar la representación de la violencia en las artes; en resumen, que le gustaba sin verdadero criterio, como le gustaba por ejemplo, Michael Haneke, sin darse cuenta siquiera de que el sentido de las películas de Haneke, doloroso y moral, estaba en las antípodas del sentido de las películas de Larry Clark.
Larry Clark y su despreciable cómplice, Harmony Korine, no eran más que dos de los especímenes más lamentables-y artísticamente más miserables- de esa chusma nietzscheana que proliferaba en el mundo de la cultura desde hacía demasiado tiempo, y en ningún caso se los podía poner al mismo nivel que gente como Michael Haneke”.
Michel Houllebecq - La Posibilidad de una isla (Ed. Alfaguara)