Robamos el original de Death Proof (2007). Cortamos la primera mitad. La tiramos a la basura. Secuestramos a Tarantino. Lo desintoxicamos. Lo agarramos de la oreja. Que se olvide de la secuencia del bar y toda la cháchara. Le obligamos a escribir otro inicio. Le sugerimos que cuente algunas anécdotas sobre el grupo de chicas guerreras. El especialista Mike se cruzará en algún momento. Sacrificamos el accidente de coche. Todo se conectará con la escena de la gasolinera. Encerramos a Tarantino en un sótano. Un detector de diálogos le gaseará cada vez que se exceda en parloteo. Los primeros días se resiste. Casi lo matamos. Al quinto día lo entiende. Durante la escritura nos desplegamos para eliminar todos los dvds de la película. Terminamos rápido. Leemos el nuevo inicio. Lo agarramos de la oreja. Borramos algunos diálogos. Imprimimos el nuevo guión. Eliminamos el ordenador. Eliminamos a Tarantino. Buscamos a H.B. Halicki. Nos dicen que ya murió. Contratamos a William Friedkin. Tiene setenta años pero servirá. Tiene que servir. Tarantino aparece muerto en la habitación de un hotel. La prensa comunica sobredosis. Friedkin dirige desde el geriátrico. Unos anónimos editan el material. Se reestrena con éxito. Robamos el original de Malditos Bastardos (2009). Repetimos la operación. .