Por razones inexplicables todavía no me había citado con Elsa Lanchester. El miedo a la decepción. O la postergación del placer. Una suma de ambas. Lo que no sabía de La novia de Frankenstein (1935) era que la novia aparecía tan poco. Unos breves minutos para alcanzar la inmortalidad. También la cinematográfica gracias a James Whale. Voy corriendo a quedar con Ian McKellen y su recreación del cineasta. Camino entre dioses y monstruos.