“A mí sólo me interesan los artistas que se van por los cerros de Úbeda. A donde me llevan los otros ya puedo llegar yo solito”. Esta cita pertenece a don Tomás, mi profesor de arte de 2º de B.U.P., un sexagenario que muy probablemente no tenga ni idea que existen unos cineastas llamados, por ejemplo, Zulawski, Carax, De Palma, Gilliam o Von Trier, pero que con sus divertidas clases dedicadas a valorar la heterodoxia creativa, asfaltó, hace años, la autopista mental por la que más tarde transitaría mi gusto por los directores excesivos, caprichosos, libres…Por supuesto, Dario Argento es uno de ellos; toma si lo es.
No sé si muchos de ustedes tuvieron en su adolescencia profesores tan sanos mentalmente como don Tomás, gracias a los cuales, con el tiempo, llegaron a disfrutar con cineasta tan alejados del dogma clásico como Argento. Ahora bien, de lo que estoy casi seguro es que varios de los aquí llamados para glosar su obra nos habremos visto alguna vez en la tesitura de tener que defender algún trabajo suyo ante cinéfilos no demasiado cómplices con el estilo ni la manera (excesiva, caprichosa, libre…) de entender el medio del autor romano. Y es que lo habitual resulta que en círculos ortodoxo-neoclásicos, las etiquetas (aplicadas, claro está, de forma peyorativa) de exagerado, incoherente, vacío y gratuitamente esteticista salgan disparadas, cual dardos empapados en curare, al ser mencionado el nombre del sumo sacerdote del moderno terror italiano. No sé como se las arreglarán los demás, pero yo, cuando veo que no existe ni el menor atisbo de complicidad o entendimiento con un interlocutor particularmente hostil, trato de defenderme (de defender a Argento, vaya) rompiendo el asfixiante cerco academicista al que este tipo de analistas suelen someter a todo largometraje, primero, con la desconcertante frase de don Tomás y, a continuación, con un batiburrillo dialéctico cuyo inicio sería más o menos así: “Vale, puedes acusarle de todo eso, pero reconoce que en casi todas sus películas existe al menos un momento, una escena, un plano…que merece pasara a la historia del cine. Un instante que rompe, estética y narrativamente, con todo lo visto hasta entonces; un destello de libertad creativa en estado puro, de invención, de locura…una sensación que, para bien o para mal, sólo te podría proporcionar Dario Argento”.
No sé si muchos de ustedes tuvieron en su adolescencia profesores tan sanos mentalmente como don Tomás, gracias a los cuales, con el tiempo, llegaron a disfrutar con cineasta tan alejados del dogma clásico como Argento. Ahora bien, de lo que estoy casi seguro es que varios de los aquí llamados para glosar su obra nos habremos visto alguna vez en la tesitura de tener que defender algún trabajo suyo ante cinéfilos no demasiado cómplices con el estilo ni la manera (excesiva, caprichosa, libre…) de entender el medio del autor romano. Y es que lo habitual resulta que en círculos ortodoxo-neoclásicos, las etiquetas (aplicadas, claro está, de forma peyorativa) de exagerado, incoherente, vacío y gratuitamente esteticista salgan disparadas, cual dardos empapados en curare, al ser mencionado el nombre del sumo sacerdote del moderno terror italiano. No sé como se las arreglarán los demás, pero yo, cuando veo que no existe ni el menor atisbo de complicidad o entendimiento con un interlocutor particularmente hostil, trato de defenderme (de defender a Argento, vaya) rompiendo el asfixiante cerco academicista al que este tipo de analistas suelen someter a todo largometraje, primero, con la desconcertante frase de don Tomás y, a continuación, con un batiburrillo dialéctico cuyo inicio sería más o menos así: “Vale, puedes acusarle de todo eso, pero reconoce que en casi todas sus películas existe al menos un momento, una escena, un plano…que merece pasara a la historia del cine. Un instante que rompe, estética y narrativamente, con todo lo visto hasta entonces; un destello de libertad creativa en estado puro, de invención, de locura…una sensación que, para bien o para mal, sólo te podría proporcionar Dario Argento”.
Antonio Trashorras
Fragmento de su texto para “Profondo Argento”
Fragmento de su texto para “Profondo Argento”
(Varios autores, Ed. Paidós-Festival Cinema Sitges 1999)