21 de marzo de 2011

Una familia de árboles

Doy con ellos tras haber atravesado un llano ardiente de sol. No viven junto al camino a causa del ruido. Habitan en los campos sin cultivar, encima de una fuente que sólo los pájaros conocen. Desde lejos parecen impenetrables. En cuanto me aproximo, sus troncos se separan. Me acogen con prudencia. Puedo descansar y refrescarme pero adivino que me observan y desconfían. Viven en familia, los más viejos en el medio y los pequeños, aquellos cuyas hojas acaban de nacer, un poco por tordas partes, pero no muy alejados de los demás. Tardan mucho en morirse y mantienen a los muertos en pie hasta que caen convertidos en polvo.

Se toquetean con sus largas ramas para asegurarse de que todos están allí, como hacen los ciegos. Gesticulan encolerizados si el viento sopla y sopla para arrancarlos de raíz. Pero entre ellos no hay disputas. Sólo murmuran para manifestar su acuerdo. Siento que deben ser mi verdadera familia. Pronto olvidaría a la otra. Quizá me adoptarían poco a poco, y para merecerlo aprendo lo que hay que saber:

Ya sé mirar cómo pasan las nubes. También sé quedarme quieto. Y casi sé permanecer callado.

Historias naturales (Jules Renard, 1894)