22 de junio de 2009

Hay que sacar a Spielberg de la sala de montaje

Inteligencia Artificial (2001) dura 140 minutos así que es fácil que resulte irregular. A unos les agradará la primera parte con el Meca-Niño y la madre. Y otros preferirán el segmento de gigolós cibernéticos y noches apocalípticas. El tercer fragmento situado en un sumergido Manhattan servirá para aclarar dudas hasta culminar en uno de los planos más bellos que le he visto rodar a Spielberg. Confieso que si el film hubiera finalizado con el plano general de una noria sumergida convertida en eterna jaula, aplaudiría al mejor Spielberg en muchos años. Quizá el mejor de su vida. ¿Dónde hay que tatuarse su nombre?

Pero no. El film no acaba en ese instante y una monumental elipsis nos sitúa en otra situación. El verdadero final. El verdadero Spielberg. Si no fuera por la aparición de ciertos seres y sobretodo por la idea de sentar en un sofá a uno de ellos, el epílogo no sería tan espantoso. Sería el final de reencuentro que toca y la mayoría estaríamos satisfechos e incluso emocionados. Pero no. Los últimos 30 minutos me desalientan y llego a la conclusión de que, en ocasiones, hay que sacar al director de la sala de edición. Se recomienda apagar el DVD en el instante comentado y disfrutar del mejor Spielberg.