Me costaba decidirme hasta hace poco. Si me lo hubiera planteado hace un mes me hubiera quedado con la obra de Scorsese. Pero hacia tiempo que no veía El Padrino (1972). Y ahora sé porqué hacia tiempo no veía el film de Coppola. Ahora lo tengo claro. Es tan y tan perfecto que resulta demasiado delicado. Como un tema de Maurice Ravel o Sergei Rachmaninov, un film tan impecable y jodidamente bello no puede verse hasta la saciedad y el desgaste. O al menos yo no puedo. Con Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) me ocurre todo lo contrario. Ver el film de Scorsese es como escuchar ese disco de los Rolling que tanto y tanto te gusta. Puedes ver fragmentos sueltos, ya sean los planos secuencias o los frenéticos montajes del clímax. Esa es la otra diferencia. Durante El Padrino no llegas a ver nunca a Coppola y sin embargo está en cada decisión. En Goodfellas ves constantemente a Scorsese detrás de la cámara. Y, al contrario que muchos, no me parece un defecto, es sólo una opción. Una opción que realiza cómo pocos. Así que si quiero presenciar un concierto rock y flipar un rato me decanto por los chicos del tío Marty. Pero siempre tendré ese concierto, o mejor aún, siempre tendré el delicado vino de Coppola en la despensa. Porqué cada vez que lo pruebas te para el corazón.