Ray Loriga dice que las cosas ocurren un viernes por la noche. Añado: un viernes por la noche de verano. Infancia: Termina el colegio y estas desubicado. Pasas de la rutina carcelaria a ver tele por la mañana. Todas esas series y películas sobre veranos americanos: Verano del 42, Grease, American Graffiti y Los Rompecorazones. Llegan los helados: Popeye de naranja, Colajet, superchock y mikolápiz. Antes del euro, un flash de 10 (pesetas) y si quieres ser realmente feliz un flash de 25. Tardes con globos de agua. Amigos en la piscina, otros en el pueblo de sus abuelos. Sales a la plaza de noche y vuelves de madrugada. Las madres se reúnen en el banco y nos vigilan, pero ahora el collar es más largo. Ocurren cosas que no se pueden contar. Duermes con la ventana abierta y con el ventilador. Los mosquitos se encariñan contigo y te levantas con un estampado de topos rojos. Fumigas la habitación y matas hasta el ultimo ser vivo que hay en tu póster de Dragon Ball. Tu pueblo está desierto. Los que no están en la playa están apunto de ir. Tú también vas. Tragas agua salada. Tu padre infla la colchoneta. Escuchas idiomas que desconocías. Colores en las tiendas de souvenir. Arena por todas partes. Los padres raros compran a sus hijos cuadernos Santillana para que repase. El chaval prefiere una pistola de agua y ver pelis de Van Damme. Si has suspendido alguna, lo dejas para finales de Agosto, pero tú no quieres que llegue Septiembre. Ahí termina todo. Y una canción que no hay que escuchar nunca: El final del verano (Dúo Dinámico).