El universo de Alejandro Jodorowsky es tan rico y extenso que de momento sólo me atrevo con su cine y algo de su literatura. Sobre sus películas ya he hablado, no sin pocas dificultades, y ahora rescato un maravilloso fragmento de su biografía El Maestro y las Magas.
¡Cuánto quise a mi desaparecido hijo Teo!. Quizás presintiendo su temprana muerte hice todo lo que pude para darle una infancia feliz. Al cumplir 7 años, me pidió ir solo conmigo a un restaurante chino. Así lo hicimos. Leyendo el menú se le hizo la boca agua al ver el nombre de doce sopas. Todas le parecieron deliciosas y se angustió al no saber cuál elegir. Me pidió que yo decidiera. Me di cuenta de que, eligiera lo que eligiera, él quedaría frustrado. Recordé un chiste:
Una familia toma asiento en el restaurante para cenar. Llega la camarera, anota lo que desean los adultos y luego le pregunta al niño: “¿Qué vas a tomar?”. El muchachito mira con timidez a sus padres y dice: “Una hamburguesa”. Antes de que la camarera tenga tiempo de escribirlo, interviene la madre: “¡Nada de hamburguesas!, ¡Tráigale un filete con puré de patata y zanahorias!”. La camarera parece no oírla: “¿Cómo quieres la hamburguesa con ketchup o con mostaza?”, pregunta al niño. “Con ketchup”. “Te la traigo en un minuto”, dice la camarera yéndose hacia la cocina. Cuando ésta desaparece, hay un instante de silencio producido por el asombro. Al fin el niño mira a todos los presentes y exclama: “¿Qué os parece?, ¡La camarera piensa que soy real!.”
Este chiste me dio la solución al koan: tenía que satisfacer los deseos de mi hijo, no los míos. Llamé al camarero y le pedí que sirviera al mismo tiempo las doce sopas. Al ver la mesa llena de esos exóticos tazones plenos de líquidos deliciosos, Teo cayó en éxtasis. Tomó unas pocas cucharadas de cada uno. Fue feliz.
¡Cuánto quise a mi desaparecido hijo Teo!. Quizás presintiendo su temprana muerte hice todo lo que pude para darle una infancia feliz. Al cumplir 7 años, me pidió ir solo conmigo a un restaurante chino. Así lo hicimos. Leyendo el menú se le hizo la boca agua al ver el nombre de doce sopas. Todas le parecieron deliciosas y se angustió al no saber cuál elegir. Me pidió que yo decidiera. Me di cuenta de que, eligiera lo que eligiera, él quedaría frustrado. Recordé un chiste:
Una familia toma asiento en el restaurante para cenar. Llega la camarera, anota lo que desean los adultos y luego le pregunta al niño: “¿Qué vas a tomar?”. El muchachito mira con timidez a sus padres y dice: “Una hamburguesa”. Antes de que la camarera tenga tiempo de escribirlo, interviene la madre: “¡Nada de hamburguesas!, ¡Tráigale un filete con puré de patata y zanahorias!”. La camarera parece no oírla: “¿Cómo quieres la hamburguesa con ketchup o con mostaza?”, pregunta al niño. “Con ketchup”. “Te la traigo en un minuto”, dice la camarera yéndose hacia la cocina. Cuando ésta desaparece, hay un instante de silencio producido por el asombro. Al fin el niño mira a todos los presentes y exclama: “¿Qué os parece?, ¡La camarera piensa que soy real!.”
Este chiste me dio la solución al koan: tenía que satisfacer los deseos de mi hijo, no los míos. Llamé al camarero y le pedí que sirviera al mismo tiempo las doce sopas. Al ver la mesa llena de esos exóticos tazones plenos de líquidos deliciosos, Teo cayó en éxtasis. Tomó unas pocas cucharadas de cada uno. Fue feliz.