21 de febrero de 2008

Cine: Paul Thomas Anderson se bebe tu batido

Paul Thomas Anderson (1970) es uno de los mejores cineastas de la actualidad, o al menos es uno de mis favoritos. “Sydney (1996)” era correcta y buena, aunque no consigo retener demasiados momentos mágicos. Boggie Nights (1997) era completamente apasionante y lo único que lastraba esta crónica porno era la sombra de Scorsese y Tarantino. “Magnolia (1999)” tenía un prólogo sobrenatural y las otras 3 horas resultaban un continuo clímax difícil de asimilar. Aunque la sombra Robert Altman volaba en esta extenuante historia coral, tenía buenos momentos con Tom Cruise y la famosa lluvia del final. “Punch-Drunk Love (2002)” se presentaba como su cinta más experimental y tenía su gracia ver a Adam Sandler y a Emily Watson como la extraña pareja. Esta vez en ocasiones se asomaba la sombra del Lynch y del absurdo en una muy buena rareza con un malo Philip Seymour Hoffman. Ahora que estrena “Pozos de Ambición (2007)” mi decepción resulta bastante amarga porqué deseaba que fuera un film acojonante. Me encantaría decir que es la genialidad de la que todos hablan pero me temo que no podré hacerlo. La película es buena, pero no tanto como se podría esperar, o al menos no tanto cómo las expectativas pueden hacer creer. Empieza con los famosos 20 minutos sin diálogo, rodados con pulso y paciencia. Después asistimos a la evolución de un Daniel Day-Lewis que se debate entre su hijo y sus grandes ambiciones. La parte final y en especial la última secuencia dan un cambio radical a todo lo visto en el film. Desde “Imágenes de Acualidad”, Álex Faúndez califica el final como ridículo. Dudo. Todavía no tengo definida mi opinión sobre ese desenlace. Me puede parecer ridículo como marca Faúndez, pero hay algo en la potencia de Daniel Day-Lewis que hace la escena se desmarque de lo ridículo para rozar lo sublime, pero no estoy del todo seguro. Me gusta señalar los puntos buenos y hay van los cinco de “Pozos de Ambición”. 1) Naturalmente, la puesta en escena de Paul Thomas Anderson, aunque siempre se le vaya la mano en la duración. 2) La secuencia del accidente: Plano secuencia con música atronada. Realmente acojonante. 3) Un monstruoso Daniel Day-Lewis omnipresente en todo el film: sin él no habría película. 4) Ese desenlace con ecos de naranjas mecánicas y resplandores: Ridículo o brutal, según mires el vaso. 5) El film está dedicado a Robert Altman (1925-2006).