Paul Auster es bueno cuando es bueno. Y viceversa. Los mejores instantes de su obra no son fruto de su creación sino de su simple narración de hechos reales. Como ejemplo, tenemos “Smoke”, una historia más o menos interesante que cuenta con la narración de “El Cuento de navidad de Auggie Wreng” como su mejor instante. Otros casos son los sencillos libros como “El Cuaderno Rojo“, “Asalto de Mata” o “Experimentos con la verdad”, que cuentan (sin florituras narrativas) hechos cruciales de su propia vida o de seres próximos. A eso me refiero. El mejor Auster se muestra cuando no pretende ser escritor, sino cuando ejerce de narrador. El caso más extremo lo encontramos en el libro recopilatorio “Creía que mi padre era Dios”. Ya de entrada, si uno es poco observador y pasea por una librería, le parecerá que este libro es de Paul Auster, y no es cierto. El autor convocó un concurso de relatos verídicos a través de un programa radiofónico y recopiló una selección en este imprescindible libro. Un pequeño prólogo de Auster inicia un maravilloso viaje lleno de estos hechos casuales que tanto gustan a este autor. “Brooklyn Follies”cuenta como un jubilado se reencuentra con su sobrino y empiezan a suceder una serie de acontecimientos en cadena. Los personajes son buenos y quizá lo único que chirría es la estructura. En ocasiones parece que la narración sea un viejo coche que avanza a trompicones por una carretera donde los peajes son algo forzados. Con todo, contiene momentos divertidos, momentos dramáticos, y momentos geniales. Uno de estos momentos geniales corresponde de nuevo a la narración de un hecho real, esta vez sobre el escritor Franz Kafka. Sólo por la historia que nos descubre Paul Auster ya vale la pena darle una oportunidad a este “Brooklyn Follies”.