Dolorosa revisión de una cinta que viajó del videoclub a mi casa de forma continua e inexplicable durante una infancia marcada por la gimnasia deportiva y cualquier vehículo molón de cuatro ruedas. Gran clase de cómo no editar las reacciones de un mal actor y mucho tono anaranjado por doquier. Naranja en las paredes, en el poster y hasta en el personaje más inquietante: Arthur, un pelirrojo compositor de música, de pasado traumático, de irritación constante y de permanente mirada incestuosa hacia su prima Julie, la gimnasta protagonista a la que regalará una melodía vía ochentero sintetizador. Pero muy acertado el dibujo de este habitual freaky absorbido por el lado oscuro que aquí varía su actitud hostil mediante un poco de afecto y algo de reconocimiento artístico. Aunque en todo momento lo que quiere Arthur es tirarse a su prima. Ahí no engaña a nadie.
Días rebeldes (Albert Magnoli, 1986).