18 de septiembre de 2012

Dejar el plato en la mesa

Será el arañazo de un gato el que me recuerde un pinchazo de párvulos. La profesora nos va a considerar demasiado infantiles para usar unas tijeras pero no para usar pequeños punzones. Nos van a dar una almohadilla para colocarla debajo del folio y nos van a enseñar a perforar con paciencia la línea de puntos. A mi compañero de mesa se le va a resbalar su diminuta arma blanca y un grito después, algo de sangre fácil brotará de mi mano. Pasarán varias décadas y me toparé con ese compañero en la cola de un cine y, a juzgar por su calva y su dentadura, comprobaré como el tiempo me ha vengado de forma desproporcionada. Va a ser también el arañazo de un gato el que me recuerde como perdía la mano aquel Michael Caine dirigido por Oliver Stone, y esa misma imagen me llevará a otra brutal mutilación. Al militar de Rolling Thunder le van a querer robar unas monedas de plata, pero como este viene de siete años de torturas, las amenazas le van a parecer de risa. Ni siquiera cuando le destrocen la mano en una trituradora va a confesar el paradero del botín. Los malvados asaltantes sólo conseguirán su objetivo cuando el hijo del militar les indique el paradero, pero no se irán del hogar sin asesinar al niño y a la madre. Ese salvaje asesinato será el desencadenante para que el hermético militar trace una venganza para cazar a los asesinos de su familia. Y va ser durante una noche, una noche de amigos con cena familiar, cuando el militar le comunique a su compañero de venganzas el paradero de los infames. Los dos hombres se mirarán y entenderán que aquello no puede esperar a otro día y abandonarán la casa justo cuando tenían el plato en la mesa. Lo que viene ocurrirá dentro de un prostíbulo que acabará salpicando sus paredes de sangre y a nadie le va a sorprender que todo eso vaya escrito por Paul Schrader, que es un señor que sabe muy bien como masacrar puticlubs en el tercer acto. La sangre goteando por las esquinas me devolverá al arañazo de mi mano y me van a entrar ganas de sacudir al furioso gato. Pero que nadie llame a la protectora de animales porque no le tocaré ni un pelo ni un bigote. Los gatos, al igual que los humanos, sólo arañan cuando están asustados, se sienten amenazados y temen por su integridad. Dejemos pues a los gatos furiosos y asustados dormir en su manta de autoprotección y regresemos al plato de cena que seguramente sigue en la mesa. Aunque esté frío.