Después de conseguir el circuito municipal, los chicos aparcaron las bicicletas. Y las cosas se torcieron. Ella había tonteado con él. Pero poco y mal. Pese las continuas tramas de cine en el que el niño se enamora de la niña para siempre, los amores de infancia nunca prosperan. Vayamos superando ese concepto y haremos mejores películas. Sigamos. Ella también había tonteado con su amigo. La cosa debería haber funcionado. Pero tampoco. Los tres solían bromear junto a la costa. Eran jóvenes, ingenuos y estúpidos. La idea de un trío nunca estuvo en sus planes. Aunque en un rincón oscuro, durante una noche oscura, quizá ella lo pensó. Se excitó y se avergonzó. La idea se desvaneció en pocos segundos. Ellos nunca lo supieron. Ella se lo contó a una amiga. La amiga no lo entendió, la juzgó y la etiquetó. En la intimidad de su amistad los dos conversaban sobre ella. En algún punto de la semana las bromas dejaron de tener gracia. Con el tiempo rivalizaron. Con más tiempo discutieron. Alguien dijo algo en algún momento. Uno de ellos se ofendió y el otro nunca rectificó. Nadie pidió perdón a nadie. Llegó una oferta de empleo y uno de ellos se marchó. Ella lo despidió en el aeropuerto. El otro no se presentó. Estuvo toda la tarde en la habitación. Se despidió en silencio. Pero poco y mal. Ella le recriminó su actitud y llegaron los insultos. Hubo gritos. Hubo reproches. Hubo lágrimas. El portazo lo calmó todo. El odio duró dos días. La inquietud duró tres noches. La necesidad de llamarse se mantuvo durante el primer mes. Al segundo mes la idea de comunicarse quedó aplazada por asuntos más importantes. Cualquier excusa valía. Cualquier asunto era más importante. La idea de llamarse quedó perdida en algún instante del tercer mes. Y con el tiempo hasta el motivo de la disputa se olvidó. La lluvia lo limpió todo. Una tarde ella también cogió un avión. Él hubiera tragado su orgullo y la hubiera despedido. Tampoco descartaba un abrazo en el último momento. Pero ella nunca avisó. El miedo. El miedo al rechazo. Ella voló en el de las ocho y media. A esa hora él paseaba al perro. Oyó un estruendo en el cielo pero ni siquiera tuvo un presentimiento que le diera sentido a todo eso. No miró el avión y se enteró de su marcha tres días después. Nunca se vieron más. Hasta que un tipo creó aquella red social. Los tres se buscaron en secreto. Pero nadie agregó a nadie. Uno de ellos tuvo un hijo. Recibió un regalo de cumpleaños. La aparcó a las cuatro de la tarde. A las cinco y diez ya la habían robado.