6 de noviembre de 2010

Mis problemas con Kiarostami

Era del VHS. Tengo 19 años y un enorme billete en el bolsillo. Llego a una tienda de segunda mano y rebusco entre las cintas de vídeo. Poca cosa interesante hasta que dos carátulas me frenan. Cine de autor en mayúscula. Cosa seria y seguramente cosa muy aburrida. Vamos a arriesgarnos. Pillo las dos cintas y el dependiente me dice que no tiene cambio para mi billete. Voy a buscar cambio-le digo-y me meto en una tienda de ropa que hay en frente. Entro y comunico mi deseo de cambio monetario. Una mujer (que espero que ahora mismo esté muerta o en la cárcel) recoge mi enorme billete, se acerca a la caja, busca cambio y me devuelve dos billetes, no tan grandes como el billete enorme pero bastante importantes. Vuelvo a la tienda, compro las dos cintas y seguramente bebo una coke por el camino, con el logo bien visible para que los transeúntes no crean que es una cerveza.

Una elipsis de tiempo indeterminada me sitúa en otra tarde. Me queda uno de los billetes importantes en el bolsillo y una futura sesión de cine se visualiza en mi cabeza. Saco el billete importante y al primer contacto ya sé que la cosa no va bien. Lo toco un rato más y tras observarlo a contraluz llego a la conclusión. Olvido la sesión de cine, lo hablo con alguien y me cago en la puta madre de la mujer que me ha pasado el billete falso. Alguien me suelta que lo pase por ahí, otros me dicen que lo filtre en mi propio trabajo. Las dos opciones no me convencen. Si lo paso por ahí la cadena seguirá con otro pobre desgraciado. Si lo paso en mi trabajo es muy probable que mi jefe lo detecte y me caiga la bronca: se supone que tenemos un detector que los detecta. Descarto las opciones y me quedo varios días paralizado. Finalmente reacciono y opto por quedarme el billete falso bajo una lamentable justificación: El dinero viene y va y es muy posible que, de la misma manera que ahora he perdido un billete importante, también es probable que en un futuro acabe ganando dinero que no merecía en absoluto. Y así es. Años después me he encontrado algún billete por el suelo o he conseguido cantidades de dinero de forma inmerecida. Llámale equilibrio cósmico o llámale parida esquizoide. A día de hoy sigo teniendo el billete falso guardado en algún libro que espero no haber prestado.

Pero volvamos atrás. Semanas después del lamentable hallazgo, me veo andando de nuevo por esa ciudad. Tuerzo por una calle y me encuentro en territorio familiar. Peligro. Si no cambio de ruta, en cuestión de minutos pasaré frente a esa calle, frente a esa tienda, frente a esa hija de puta. Presentimiento. Me empiezo a poner nervioso. Recuerdo los acontecimientos y me hierve la sangre. Llega la indignación, se une la rabia y el odio se presenta en pocos segundos. Soy el Terminator de los indignados, el corazón se me dispara y siento como el cerebro se difumina. No me tomes las pulsaciones y sobretodo no me toques los cojones. Visualizo la tienda y paso de largo. Abatido, cabreado, indignado: Derrotado. Esto no puede ser. Este capítulo no puede cerrarse con mi persona pasando de largo. Esto no puede acabar así. Pero acaba así. Sigo caminando unos minutos y el odio se pasa, la rabia se transforma y la indignación permanece pero menos. Soplo. He conseguido calmarme. La sangre vuelve a su temperatura normal. Todo va bien. Sigo avanzando cuando inexplicablemente ocurre. La calma me dirige y doy media vuelta. Bajo la calle y me pregunto si me rajaré a ultima hora. Vamos a comprobarlo. Fantaseo con varias posibilidades pero cualquiera de ellas es posible porque todavía estoy lejos. Sólo en el momento de ver la tienda veo que la cosa va en serio. Ya no hay tiempo para más probabilidades. Es ahora cuando tiene que ocurrir. O entras o no entras, pero cállate ya, conciencia. Entro y la puerta de cristal provoca un ruido demasiado torpe. Los clientes se giran. Hay unas diez personas en la tienda y por la forma de mirarme saben que no voy a comprar. No encajo en su estilo, no me queda bien esa ropa, no tengo dinero para esa ropa. Podría hacer cola pero no pienso en hacer cola. En realidad no pienso en nada. Avanzo entre los clientes y me dirijo a la encargada. Está haciendo cosas de encargada y me mira con curiosidad. Respondo su curiosidad y le cuento delante de los diez clientes que hace unas semanas vine a buscar cambio y me dieron un billete falso. La encargada se queda muda. Los clientes también. Todo se congela y a partir de aquí todo queda borroso y la escena pierde todo el audio. Creo que la encargada intenta decir algo y yo le suelto que sólo venia a decírselo para que supieran que me había dado cuenta. Y me marcho de la tienda mientras los clientes se hacen a un lado a mi paso. Y abro la puerta y noto el polo norte que dejo detrás de mí. Y cuando la puerta se cierra el transito de la calle devuelve el sonido de la escena. Y desaparezco por la calle. Esa noche hay diez personas contando ese momento en la cena.

De camino a casa, sentado en el autobús, un sudor frío me recorre el cuerpo y me pregunto que ha ocurrido realmente en la tienda. Podría haber ocurrido de todo y seguramente no lo recordaría. Un coche de policía adelanta el autobús y me temo lo peor. Pero el coche no para y sigue su camino. Hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien. Por cierto, las dos cintas de vídeo eran ¿Dónde está la casa de mi amigo? y A través de los olivos. Todavía no las he visto.

Foto: Abbas Kiarostami by Marcel Hartmann