Infancia: De cuando tienes que grabar una película si quieres poseerla. La veo en televisión y desde ese día tengo la intención de grabarla. Espero meses, espero años y un día la vuelven a emitir. El vídeo programa menos tiempo del debido y me quedo sin el final. Vuelvo a esperar y a esperar, repasando cada semana las Superteles, los Teleprogramas y las Teleindiscretas. Y un día la vuelven a emitir. Han pasado varios años desde ese primer intento y uno ya está curtido ante posibles problemas. Estoy preparado para cualquier imprevisto de tiempo, duración o longitud de cinta. Pero no cuento con que “ellos”, es decir los programadores, se olviden del sonido en los primeros minutos en que una voz en Off nos explica el delito de McVicar y la pena a la que es condenado. Obtengo la grabación en su totalidad pero resulta muy triste ver el film con el error sonoro del inicio. Algunos años después, todavía en era vhs, me topo con una copia en un fantástico videoclub de la calle Vergara de Barcelona. No llevo dinero o no soy socio o no recuerdo el motivo, pero la cinta no llega a mis manos. El videoclub cierra poco después. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
Actualidad: De cuando haces un clic y bajas un archivo de video con esa película. A día de hoy, nunca le he dado a ese click. El juego continúa. La espera prosigue. Y tengo la sensación de que la película de Tom Clegg se asomara en cualquier momento, en cualquier estantería de cualquier rincón inesperado. Te espero, Daltrey. Te espero McVicar (1980).
Actualidad: De cuando haces un clic y bajas un archivo de video con esa película. A día de hoy, nunca le he dado a ese click. El juego continúa. La espera prosigue. Y tengo la sensación de que la película de Tom Clegg se asomara en cualquier momento, en cualquier estantería de cualquier rincón inesperado. Te espero, Daltrey. Te espero McVicar (1980).