“Antes del coche negro, Rockatansky ha llevado uno amarillo, rojo y azul como una llama de gas ciudad funcionando en horizontal. En la segunda parte viaja al futuro, atravesará la ruta del bakalao al volante del camión de la hipoteca, zumba que se las pela trazando una línea de crédito, y es que Max, como nosotros, se va haciendo mayor a fuerza de embragar e ir metiendo marchas. Para esta ocasión se habrá puesto mechas no sé si de su tiempo o del mío o es tal vez un mechón canoso producto de los malos ratos de todas las épocas, pero si me remonto todavía llego a imaginarle hecho un chaval, antes de que se le deteriore la civilización en barbarie democrática, acuclillado recolectando las polillas que trae fritas en la rejilla del radiador el Seat 1430 de su padre, que es lo que hago yo los viernes cuando llega el mío al verano, imaginando enigmáticas carreteras nocturnas pintándose bajo los faros a aquel coche -tan simple de dibujar- viniendo a este pueblo, donde conduzco antes de conducir, primero esqueletos de coches varados en los que pasamos algunas tardes y luego autos de verdad por caminos secundarios, levantando insolentes nubes de polvo antes de abandonar la ruta porque Rockatansky me hace luces, me quiere advertir, me dice que si sigo en la carretera me convertiré en uno de ellos y harán de mi un desalmado. Lo dice antes de irse a la costa para madurar su respuesta porque no hay que olvidar que Mad Max es una película marítima , de playa extraña donde el loco Max llena el depósito de odio porque le han matado la mujer y el crío en un atropello que se representa con la zapatillita desposeída rulando el asfalto, la misma imagen con que Stephen King masacra al niño de Cementerio de animales en una página impar que me hace detenerme por primera vez no sólo a leer sino a mirar todas las letras, a detectar cómo se está narrando aquella tragedia, cómo se cuentan las cosas. “
Fragmento de Corazón conejo de Rubén Lardín. Consíguelo en la tienda de El Butano Popular.