No me atrevía a volver a visionar Demasiado viejo para morir joven (1989) porque, al igual que una patada en los cojones, hay cosas que mejor no repetir. Pero resulta sorprendente la complicada puesta en escena que una novata Coixet se atrevió a rodar en su (verdadera) opera prima. Los detractores de la directora llegarían a molerla a palos si escucharan algunos diálogos, pero seamos positivos, el travelling lateral con el graffiti siempre tuvo su gracia. Vamos a quedarnos con sus Cosas que nunca te dije (1996) y su Mi vida sin mí (2003). Todo lo demás mejor lo borramos. Y ya de paso linkamos aquel disco de Jamiroquai que da título a esta entrada. Era 1996, tiempos pasados que, visto el panorama, parecen querer volver. Habrá que robar el Lamborghini de Jay Kay y huir.