De alguna manera, Shaft (Gordon Parks, 1971) te enseña muchas cosas, como por ejemplo la posibilidad de empezar la narración con cinco minutos de un Richard Roundtree andando por las calles a ritmo del súper temazo de Isaac Hayes. Vivimos tiempos frenéticos, tómatelo con calma, hermano. Por el contrario, también te enseña a terminar la película a todo trapo con un plano general en grúa que abarca la huida de tres taxis hasta una cabina telefónica donde nuestro anti-héroe soltará su última vacilada. Luego la cámara se alzará siguiendo la despedida del protagonista mientras vuelve a sonar el ritmillo de Hayes y todo esto habrá terminado. Un inicio tranquilo y un final apresurado que de alguna manera me recordará a la mega canción Free Bird de los Lynyrd Skynyrd con su perfecta división entre religiosa calma y electrizante clímax a base de un apoteósico sólo de guitarra. De alguna otra manera o por el contrario de ninguna manera, todo esto me llevará a imaginar un futuro proyecto cuya sensación argumental será de similar estructura. O no será.