“Van Gogh desahogándose con Gauguin: -“Paul, si miras atrás, verás que gran parte de nuestra vida se ha desperdiciado en soledad”. Todos necesitamos amigos-. Pobre Van Gogh. No sabía si era hombre o mujer, se sentía empujado, pintando constantemente bajo el sol destellante, produciendo una obra maestra tras otra. ¿Dónde estaban los críticos entones? Ni uno solo dijo en toda su vida: “Tienes talento, eres un maestro”. Nada. Y finalmente el pobre Vincent, de pie en el campo de granos que maduran, acosado por los cuervos que revolotean a su alrededor y se convierten en demonios en su mente. Y luego, el disparo. No logró suicidarse y lo recuperaron para una muerte lenta”.
Lo cuenta Kirk Douglas en El Hijo del Trapero (Ediciones B, 1988)
a propósito de Lust for Life (Vincent Minelli, 1956).