El gran Lluís Bargalló me confirma que las personas con más talento son también las más amables y generosas. Aquella tarde, Bargalló me habla de su participación actoral en Muchachas de Bagdad (1952) y de cómo Paulette Goddard le tiró los trastos en Barcelona. También me explica que nunca pudo firmar sus cajas de Scalextric porque los señores de Exin temían que la competencia se lo llevase. Lo que nos condujo a una reflexión sobre la idiosincrasia española y la falta de educación y sensibilidad que reinan en demasiados despachos. Compartimos algunos dardos para los críticos de arte esnobs, seguida de una máxima de Bargalló que guardo en el lóbulo occipital y un acojonante y delicado regalo que nunca reproduciré online. Llego tarde para incluir su cameo en Difuminado (2014), que perfectamente podría estar junto a Beà y Monés, pero no llego tarde para agradecerle a él y su mujer Mª Rosa su amabilidad y predisposición. Hoy once de agosto de dos mil quince, le mando un fuerte abrazo al maestro Bargalló, el responsable de deslumbrar a varias generaciones que crecieron mirando los autos de una caja de cartón mientras aprendían a desarrollar una serie de fantasías no resueltas. Que ya sabes que esas siempre son las mejores.