Hace un montón de años leo una reseña de Europa (1991) en la que se decía que la cinta de Lars Von Trier contenía demasiadas ideas pero que eso siempre era mejor que ninguna idea. Hace poco, tras una larga espera y mucha paciencia anti-spoilers, consigo visionar de un tirón en una sala de cine las dos partes de Nymphomaniac (2013). Y si hago caso de esa lejana reseña llegaré a la conclusión de que este loco danés es de los pocos humanos que no pierde neuronas al hacerse mayor. Todo lo contrario. Me encantan las boutades surgidas desde el entusiasmo, desde el alcohol o desde una combinación de ambas. Escribo esto estando sobrio con la certeza de que el señor que se colocó un majestuoso Von a su apellido sigue siendo el monstruo más creativo del panorama cinematográfico actual. Su díptico sobre sexo, amor y violencia contiene tantas y tantas buenas ideas que poco importa que la cinta pueda resultar en ocasiones ridícula, irregular y el bla,bla,bla de cenizos. La puerta de un supermercado, los tres amantes en split screen, la enorme vacilada de citar el esplendido inicio de Anticristo (2009), montones de ideas visuales como ese árbol torcido y sobre todo ese desenlace (que como en Rompiendo las olas (1996) vuelve a ser una broma para provocar y putear al personal) hace que desee que el amigo Lars nunca se cure de su depresión perpetua si eso hace que, al final de una de sus cintas, siga teniendo ganas de soltar lo de: Pero que hijo de puta.