22 de agosto de 2013

Amar la trama

Tiene un extraño mérito empezar por todo lo alto y aproximarse, por ejemplo, al territorio de Intimidad (2001) y que a medio camino la cosa te explote en la cara y te quedes con cara de bobo. Te preguntas que está ocurriendo en la pantalla e imaginas que en un preciso instante al creador le han practicado una lobotomía y sus enemigos han tomado el poder colocando músicas cursis y momentos ridículos para putear al espectador. Algo que todavía le estamos perdonando a Lukas Moodysson y su encuentro lésbico-musical en el coche de Fucking Åmål (1998). A Moodysson le perdonamos el desliz porque sabe recuperarse del bache pero a Clement Virgo no le tenemos tanta confianza y nos cuesta asimilar que tras tres escenas magnificas (la escena nocturna en la discoteca, el juego dentro en los tubos del parque y el primer polvo de los protagonistas), descubramos que todo lo anterior tan sólo era una fina capa de un pastel que en realidad quería ser Cuatro bodas y un funeral (1994). Tiene mérito empezar fascinado con un principio deslumbrante y terminar deseando la muerte del cineasta. Mérito que hasta ahora sólo poseía Louis Malle con El Unicornio (1975).

Lie with me (Clement Virgo, 2005).