Ocurre días antes de la verbena. Está el gallito, el amigo del gallito y el pacificador. Los tres chavales tiran petardos con malas intenciones. Se topan con dos chicas y les lanzan dos petardos a los pies. Las chicas gritan y huyen. Los chavales se mofan y entran en un parque. Siguen tirando petardos hasta que encuentran a un tipo sentado en un banco leyendo un libro. Se sientan tras él y parecen calmarse. Uno de ellos explosiona un petardo y el lector se queja. Les comunica las enormes dimensiones del parque y lo desafortunado de su ruido. Dos de ellos lo entienden pero el gallito prefiere destacar y enciende varios petardos en el banco. Luego salen corriendo y se produce la triple explosión. El lector se levanta y sigue su recorrido. Unos metros más allá los chavales han disminuido su ritmo y avanzan relajados. Uno de ellos se gira y observa al lector dirigirse hacia ellos. El pánico se adentra en los tres y se meten en una tienda de telefonía móvil. El lector se planta en la puerta y los llama con un gesto. El pacificador sale y el lector le pide que llame al amigo gallito. Pasan los minutos. Sale el gallito con la cabeza gacha y, antes de que pueda abrir boca, el lector le amenaza con romperle la nariz asegurándole que volverá a su casa sangrando. Los detalles hacen que el gallito visualice aquella futura secuencia y se disculpa de inmediato entre temblores. El lector le da la mano y se aleja de la zona sin miedo a represalias ni ataques por la espalda. Los tres chavales podrían apalearle si unieran sus fuerzas. Pero el lector conoce la fuerza de los detalles y avanza plácidamente por la calle junto a los demás transeúntes. En la carretera, los vehículos se apartan y dejan pasar una ambulancia. El lector duda unos instantes y se mira la mano derecha. Sigue limpia.