26 de agosto de 2012

Alabama se muda a pastos más verdes

El día que murió Tony Scott busqué su filmografía en el ordenador de la biblioteca. No hacía falta, me la sabia casi de memoria. Tardé años en verlas, pero ya nunca olvidaré a Catherine Deneuve y Susan Sarandon en la cama de El Ansia (1983). Nunca he tenido interés en visionar Top Gun (1986) y no recuerdo si he visto o no Superdecetive en Hollywood II (1987). La que sí he repetido varias veces es Revenge (1990) y sigo fascinado con el polvo en el Jeep y la tensión entre limones. Y qué mítico el mini-wild-bunch que se monta Costner con Miguel Ferrer y John Leguizamo. La memoria se me nubla de nuevo con Días de Trueno (1990) aunque de algún rincón surge una carrera en sillas de ruedas. El último Boy Scout (1991) contiene tantas genialidades que no es raro que en esa época le pagaran una millonada a Shane Black. El cielo es azul, el agua moja, las mujeres tienen secretos. El guión de Tarantino tiene mucho que ver, pero el reparto más cool de los noventa hace de Amor a quemarropa (1993) la cinta más cool de los noventa. Demasiado poco espacio para hablar de una Patricia Arquette y un Dennis Hopper que lucieron en la pared de mi habitación adolescente. El trono de cintas submarinas sigue en la escotilla de Das Boot (1981) pero se acepta Marea roja (1995) como bonita y nerviosa metáfora de la jubilación. No es cuestión de reivindicar por reivindicar aquello llamado Fanático (1996) pero los últimos minutos siempre me dejaron abatido. Mañana el psicópata podrías ser tú. 

Mi primer trabajo fue entre cintas de vídeo y Enemigo público (1998) reventó los alquileres de aquel videoclub. Miro la carátula de Spy game (2000) y no consigo recordar ni una maldita escena. La única vez que eché a unos ruidosos niñatos del cine fue durante la proyección de El fuego de la venganza (2003). Vista con más calma ya pude disfrutar del ataque de epilepsia que Scott buscaba provocar. El punto de partida de Domino (2005) era tan demencial que efectivamente estaba basado en hechos reales. Ojo al trato-striptease que se marca Keira Knightley (y su doble de cuerpo) y al montaje más frenético que le he visto nunca perpetrar. Sigue cayéndome la espuma por la boca. Y que buen rato pasé con la estupenda Déjà Vu (2006), primera y única incursión de Scott en la ciencia ficción, y que mal lo pasé con la estéril Asalto al tren Pelham 123 (2009). La batalla-remake de uno de los mejores thrillers de los 70 estaba perdida de antemano, pero si alguien merecía intentarlo era el pequeño de los Scott. Un punto de partida con dosis de Speed (1994) y la condición de obra póstuma hará que me entregue sin condiciones a Imparable (2010). Ocurrirá en breve. Antes de eso, busco a nuestro adrenalítico cineasta en el ordenador de la biblioteca. No hacía falta. Todas sus películas están en préstamo. No hay mejor homenaje.