Cómo es
probable que el mundo acabe mañana (o pasado mañana), llega el momento de tragar
saliva y liberar mi primer largometraje. Corte a flashback. Escrita en noches
de amor y desamor, rodada entre amigos durante fines de semana y editada en
inolvidables sesiones con Pepe, maestro y mejor amigo. Seleccionada en el
Sitges 2003, proyectada en algunas pantallas furtivas y desterrada a los
cajones del olvido durante alguna temporada. De las muchas tonterías que hice a
los veinte años, seguramente esta es la más barroca y bizarra de todas. Vuelvo a
visionarla y no sé donde esconderme. La nostalgia se transforma en cariño y el
cariño en condescendencia. La trama y la estructura son algo rebuscadas, pero
las tramas fuera de rodaje todavía lo fueron más. Todo un resumen de
adolescencia vivida, ficcionada y suma de ambas. Escribir ahora sobre la
película es como reseñar la película de un extraterrestre, pero por momentos la
distancia facilita las cosas y todo queda en paz. Dedicada a gente tan dispar
(con un par) como Bergman, Bukowski, Solondz, Hughes, Moodysson o Loriga, L de Lorena la rodó un chaval de veinte
años con la insolencia de filmar (antes de los 25) un largometraje en vídeo
sobre desamores adolescentes y secuelas del acné emocional. Hace muchos años,
aunque parezcan siglos. Hasta aquí la justificación. Un agradecimiento final a
Ricardo y a Miguel por sus asistencias digitales. La sinopsis no tiene
desperdicio y la banda sonora incluye a Procol Harum, Supertramp, Blondie, Mike
Oldfield, Antonio Carlos Jobim, El Disop, Jon Rose, Antonio Machín o Roy Orbison, todos
ellos ignorando que subrayan una extraña historia de sexo, amistad y traición.
Buen viaje y no olviden la pastilla.