Cuando me entero de la muerte del guionista Tonino Guerra, dudo entre repasar Amarcord (1973) o Blow-Up (1966). Al saberme casi de memoria la cinta de Fellini opto por revisionar aquel icono pop de Antonioni. Localizo a Jane Birkin como una de las modelos tonti-popis y quedo fascinado de nuevo por el corazón de la historia: la escena del parque, el tonteo entre David Hemmings y Vanessa Redgrave, y la revelación mediante ampliación de una fotografía. Lo que hay antes y después quizá resulta un bonito relleno producto de la época, aunque el partido de tenis que cierra la cinta sigue seduciendo como el primer día. Lo que nunca había hecho era buscar la fuente de todo ello. Abro con prudencia aquella antología de cuentos hasta topar con el objeto de inspiración. Me pierdo varias veces por el camino pero entiendo la fascinación de un buen punto de partida. Me gusta cuando escribe:
“Lo podría contar con todo detalle, pero no vale la pena. La mujer habló de que nadie tenía derecho a tomar una foto sin permiso, y exigió que le entregara el rollo de película. Todo esto con una voz seca y clara, de buen acento de París, que iba subiendo de color y de tono a cada frase. Por mi parte se me importaba muy poco darle o no el rollo de película, pero cualquiera que me conozca sabe que las cosas hay que pedírmelas por las buenas. El resultado es que me limité a formular la opinión de que la fotografía no sólo no está prohibida en los lugares públicos, sino que cuenta con el más decidido favor oficial y privado”.
Las babas del diablo (Julio Cortázar)