Barcelona: Salón del cómic. Debe ser 1997. Uno ya empieza a estar harto de tanto manga y tanto merchandising. Me acerco a un stand, quizá por casualidad o quizá para apartarme del enésimo freak disfrazado de Goku. Miro el material, no conozco gran cosa pero el titular de una portada me retiene: Twilight Zone, guía completa de capítulos. Cojo el fanzine y compruebo que tiene dos portadas. En la otra, una actriz porno nos mira y nos pregunta si debe seguir quitándose ropa. Hojeo el asunto. Las páginas del interior desbordan textos y aparece la guía de la dimensión desconocida. Viva Rod Serling. En ese momento, todavía no hay un Internet que te solucione la cuestión, así que el curro de recapitular los 156 capítulos resulta brutal. Y está perpetrado con una maquina de escribir e impreso a base de fotocopias. Esto último quizá parezca viejuno para los que ahora saquen autoediciones a todo color con papel deluxe, pero era el método que utilizabas si querías perpetrar tu fanzine. Se sigue haciendo y cuando Internet explote se volverá a hacer. A lo que iba. La guía de capítulos me basta para su compra y le doy al señor del stand las 325 ptas que vale el Alan Smithee. El señor del stand me mira, me recoge el dinero y me explica que en las últimas horas el fanzine se está vendiendo mucho: circula el rumor que su autor ha muerto. Le miro con cara de no-se-que-me-hablas, me despido y me largo del salón. En el tren de vuelta, en la soledad de mi habitación y en las clases de un instituto, descubro un fanzine lleno de textos salvajes que me impactan durante los siguientes meses. Páginas
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22 de diciembre de 2009
Alan Smithee (aquel impactante fanzine)
Barcelona: Salón del cómic. Debe ser 1997. Uno ya empieza a estar harto de tanto manga y tanto merchandising. Me acerco a un stand, quizá por casualidad o quizá para apartarme del enésimo freak disfrazado de Goku. Miro el material, no conozco gran cosa pero el titular de una portada me retiene: Twilight Zone, guía completa de capítulos. Cojo el fanzine y compruebo que tiene dos portadas. En la otra, una actriz porno nos mira y nos pregunta si debe seguir quitándose ropa. Hojeo el asunto. Las páginas del interior desbordan textos y aparece la guía de la dimensión desconocida. Viva Rod Serling. En ese momento, todavía no hay un Internet que te solucione la cuestión, así que el curro de recapitular los 156 capítulos resulta brutal. Y está perpetrado con una maquina de escribir e impreso a base de fotocopias. Esto último quizá parezca viejuno para los que ahora saquen autoediciones a todo color con papel deluxe, pero era el método que utilizabas si querías perpetrar tu fanzine. Se sigue haciendo y cuando Internet explote se volverá a hacer. A lo que iba. La guía de capítulos me basta para su compra y le doy al señor del stand las 325 ptas que vale el Alan Smithee. El señor del stand me mira, me recoge el dinero y me explica que en las últimas horas el fanzine se está vendiendo mucho: circula el rumor que su autor ha muerto. Le miro con cara de no-se-que-me-hablas, me despido y me largo del salón. En el tren de vuelta, en la soledad de mi habitación y en las clases de un instituto, descubro un fanzine lleno de textos salvajes que me impactan durante los siguientes meses.